Old Fashion TV
La brújula de aquél día me había llevado hacia el norte más próximo donde me pude refugiar. La sala de espera parecía un lugar que escapaba a la cada vez más acelerada carrera del tiempo buscando el futuro.
Todo parecía indicar que los relojes se habían detenido, aunque el tic tac de un viejo reloj indicara completamente lo contrario.
Sin duda una sala de espera se convierte en el mejor laboratorio de la creatividad humana. Un espacio donde la expectativa es el común denominador y la paciencia es un ingrediente esencial.
Es por lo general en las salas de espera donde se me ocurren las ideas más geniales a los problemas más estúpidos. Es donde me gana la risa de imaginarme diálogos graciosos en situaciones inoportunas. Es donde mi mente va y viene; divaga y regresa para recordar el motivo que me tiene sentado en una silla de madera algo incómoda.
Miraba el piso de un mosaico en imitación granito, que parecía tener toda la vida ahí. Huellas de macetas inexistentes dejaban su rastro. El óxido de un viejo bote metálico se apreciaba en uno de los rincones. Había viejas cortinas en color blanco, eso sí muy limpias, que se encontraban corridas en la parte izquierda de la pared. Pesadas cortinas de una gruesa tela, que me recordaban las que había en mi salón de quinto año de primaria.
El color verde pistache de una de las paredes, me llevaba en un recorrido en retroceso a las tendencias de los años setenta. En el techo había un plafón enorme de con un par de focos que repartían una luz amarilla a toda la habitación, esto daba un toque de melancolía, que se convertía en la cereza de un pastel perfecto para la fotografía de una de esas revistas que se venden en los puestos de periódicos de publicaciones atrasadas y que les dicen a las amas de casa como pueden invertir su tiempo en eufemismos culinarios.
Frente a la hilera de sillas donde estaba, había un televisor, creo que era lo más moderno que tenía ese espacio. El volumen era bastante bajo para ser lo suficientemente insignificante para prestarle atención. Las imágenes en movimiento que desprendía aquél aparato, remitían a una vieja película del cine mexicano.
Después de mucho rato en que mi mente viajó a mundos increíbles, recordó que había que pagar el banco, me contó chistes a mí mismo, cayó en desesperanza por el tiempo perdido y se alegró de eludir otros compromisos por estar ahí… Después de agotar todos los recursos contra el aburrimiento, terminó por aceptar que no había más que hacer, tan solo esperar a que mi turno llegara…
Fue en ese momento, cuando ya no había más, cuando el silencio de mi mente se estableció; fue ahí donde la película vieja e insignificante entró a mi vida… Lo confieso, lo primero que me atrajo fue lo que mi sentido del oído percibió…
“Cuando vuelva a tu lado, no me niegues tus besos. El
amor que te he dado, no podrás olvidar. No me preguntes nada, que nada he de
explicarte. Que el beso que negaste, ya no lo puedes dar”.
Quizá el adormecido sentido de la cursilería, se despertó en ausencia de mis otros agotados sentidos. Quizá era que simplemente me había enajenado del ambiente retro y ya no había más que hacer… tan sólo unirme a esa melancolía viviente.
Tuve la impresión de que esa era la letra más maravillosa y exquisita que había escuchado en mucho tiempo. Era una canción realmente tan bien construida e interpretada, que saltó a mi atención como una joya en medio de un basurero.
Cuando terminó esa estrofa, mi ser se lleno de impaciencia por conocer el resto de la interesante canción…
Y en efecto, la música seguía con todo y su fascinante letra. Mi mente no la olvida y decía exactamente…
La canción terminó en ese fragmento de la película. Lo que sucedió después en la trama, ni siquiera lo recuerdo. Mi mente y mi atención, al igual que el tiempo en esa sala de espera, se detuvieron. Todo lo que tenía en mis sentidos se quedo anclado a esa última frase: “Une tu labio al mío y estréchame en tus brazos y cuenta los latidos de nuestro corazón”.“Cuando vuelva a tu lado y esté sola contigo, las cosas
que te digo no repitas jamás. ¡Por compasión! Une tu labio al mío y estréchame
en tus brazos y cuenta los latidos de nuestro corazón”.
Era la mejor frase de amor que alguien le podía decir al ser amado. Es una expresión altamente cursi si se aísla de su contexto, pero era más que genial, era digna de ser recordada en la historia del tiempo como la mejor frase célebre en una escena de amor.
Imaginaba la secuencia de la película “La dolce vita”, sí aquella famosa e inolvidable secuencia en la Fontana de Trevi, cuando los personajes de Marcello Mastroianni y Anita Ekberg se encuentran adentro de la fuente… Imaginaba que los diálogos originales se borraban y en su lugar Anita le decía a Marcello “Une tu labio al mío y estréchame en tus brazos y cuenta los latidos de nuestro corazón”.
¡Ah! Que sublime hubiera sido esa escena con ese diálogo insertado justamente ahí. Y culminada la secuencia con el beso de ambos en medio de la Fontana de Trevi.
Mi cursilería rebasaba los niveles de lo permitido. ¡Lo sé! Pero hay veces que en lo viejo hay belleza. Hay ocasiones que lo antiguo puede atraerte por la misma razón que la gente lo aborrece. Porque en todo lo vintage, hay algo que captura nuestra atención, ya sea para dirigir una agria crítica ó para insertar un sublimado elogio.
Ahí comprendí que el pasado tiene su encanto y que hurgando en los apolillados archivos de lo arrinconado, se pueden encontrar elementos con una estética admirable.
¡Sorprendente! Fue entonces que me di cuenta que lo Old Fashion siempre estará de moda.
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